Estoy en Bucarest y mis primeras sensaciones son buenas, como si hubiera llegado a un lugar sosegado, aunque le sobrevuela una bruma que todavía no puedo descifrar; posiblemente, sea la peculiaridad de haber sobrevivido a todo y a todos. A pesar de las distancias de cultura y de gentes, tiene un no sé qué parecido a ciudades de América Latina; o será que yo todo lo veo desde el otro lado, desde un Atlántico que por aquí no se le escucha bramar. Este país está compuesto de gente amena y cordial, y de inmediato quedan, nada más llegar, fuera de juego las apreciaciones subjetivas y los tópicos. Siento a Rumanía como una tierra teatral, de atardeceres silenciosos, y la noto igual que si le acabaran de dar un premio por retener un eterno verdor.
