Día a día

LA CRIPTA DE SANTA EUGENIA (del pintor y ceramista MIQUEL SEGURA).

LA CRIPTA DE SANTA EUGENIA (del pintor y ceramista MIQUEL SEGURA).

2013-05-11

En las tierras de Bernardo de Santa Eugenia, templario que junto al "Rei en Jaume" llegó a la isla de Mallorca, aún se respira la brisa que da privilegios a los artistas, a los creadores del claroscuro que cohabitan en el inconsciente más consciente. Y precisamente, cobijado entre los muros del subsuelo, en la arquitectura de las sombras está el del artista Miquel Segura. A su espacio accedí llegando a la atmósfera del subterráneo, sin ritos ni abracadabras ni apuntes.

Entré, mediante la perspectiva de una raya escalonada, a las bóvedas que sostienen curvadas la inspiración del artista. Llegué a la cripta de donde emergen las paredes antiguas de un genio cubiertas de tapices de sueños, de minucias plásticas y de fragmentos de barro alterados por el fuego, transformándolos a perpetuidad.

Miquel Segura, desde la arqueada tiniebla de los siglos pasados, expresa la penúltima palabra en sus lienzos y los concluye con un último vocablo al nacer al mundo en el límite de su belleza. Desde un útero abovedado, femenino e ingenuo, nacen sus rasgos interiores con texturas en formas de tormenta, y lo hacen desde el negro menos negro al blanco menos blanco.

El fuego del ayer, que aún chisporrotea por los campos de Santa Eugenia, aparece en el subterráneo del laboratorio del pintor carbonizando las dudas. De sus cenizas, cientos de suaves emociones se agrupan después convirtiéndose sin más en ensayos de máscaras. Rasgo a rasgo disfrazan a la humanidad con miles de caras naciendo las expresiones que viven dormidas en todas las criptas itinerantes.

Una y otra vez, en la gruta del pintor de Santa Eugenia, renacen las expresiones desde de los dedos a las punzadas de un palillo. Porque debajo de los arcos, Miquel Segura, enfoca el subsuelo con el mito de otro Aladino; precisamente, uno que dormita bajo seis columnas. Es que él, siempre está enamorado mirando simplemente la lámpara colgada en las curvas del pasado.

El espacio envolvente del ayer es un guiño para crear hoy. Es un trazo a pincel embadurnado de colores, a los que después cuece como esmalte consiguiendo el brillo que sólo sale de una tertulia. Lo logra a fuego lento, por supuesto, para que perdure de este modo por los siglos de los siglos. Y de los que yo, pasados todos los tiempos, jamás me atreveré a escribir su amén.