Obras

Volando los cielos interiores

Volando los cielos interiores

Las siete rutas de las Notas Musicales

Entre abril de 1996 y octubre de 1997 experimenté un cambio  importante, viví una nueva realidad cuando, entre el fuego cruzado de las emociones personales, escuché los sonidos del interior al localizar las siete Notas Musicales. Ocurrió en sorprendentes lugares y todas ellas fueron el eco que emite la consciencia.
Entre viajes increíbles y acompañado de cada una de las notas narro en VOLANDO LOS CIELOS INTERIORES, como el cielo íntimo no se detiene en lo conocido y que siempre es posible cruzar la línea que nos separa de lo pendiente por alcanzar.
Un invento, una improvisación de amigos, creó por arte de magia una leyenda: la búsqueda del sonido que hay dentro de cada uno, los aprendizajes que existen. A este saber nos vimos abocados. Aprendimos desde la emoción y unidos a la misma musicalidad su resonar nos hizo más auténticos.
Descubrimos la música que se oye en la intimidad de la reflexión. De raya en raya, por su pentagrama, fue subiendo y cada vez se escuchó más y mejor. La nota musical se presentó con sencillez y, uniéndose a la emoción, se confabuló hasta llevarnos a enseñanzas desconocidas.
Escribir y anteriormente vivir esa experiencia, supuso el antídoto a la retórica común que contiene, precisamente, las melodías de siempre, los repertorios acostumbrados. Al socavar en la pasividad otro sonido quedó desenterrado y escuché música con imaginación.
Describo todas sus rutas montado en la caravana del conocimiento encantado y cómo me apasionó hacerlo. Me sentí enmarañado entre sus arpegios y escalé sus picos hasta llegar a la nieve del saber. Cuento, en cada capítulo, que por ello se tocó el cielo con los dedos y que casi lo arañamos.
Pero como digo en algún punto del libro:

"A nadie podemos demostrar nuestra cumbre conquistada, más que a nosotros mismos. Estamos encantados por ello. Sin técnicas ni esquemas mentales de superioridad, alcanzamos el verbo superar".

Aún hay más: perseguí cada siguiente amanecer; fui tras él deshaciéndome, desde la primera página, de la modorra y sus hábitos. Lo logré. Aquí está su catálogo de sinfonías:

“Lo he contado todo usando toda combinación posible para que sonara lo más cercano a la emoción y se repitiera el deseo de hallar la identidad. Nosotros la tuvimos al lado y nuestra actitud cambió cuando escuchamos su resonar”.

"Aprendimos mucho buscando las notas musicales, pero tal vez lo más importante fue darnos cuenta de la globalidad en la que todos estamos inmersos, hombro con hombro, sin distinción de pueblos, razas, nivel social o privilegios, escuchando el sonido de la humanidad que nos contiene a todos con una melodía propia".

“Aquellos viajes cambiaron nuestras vidas, nos transformaron y nos hicieron comprender que decir las cosas claras es una necesidad en la época en la que estamos. La retórica, la diplomacia, la apariencia, la pose, el estatus, el quedar bien, el aparentar... Nada de eso tiene cabida en el futuro, ni tampoco en el hoy”.

Pero también recuerdo algunos oscuros nubarrones que pretendieron eclipsar al sol desvirtuando nuestro sonido hallado. Siempre hay alguna piedra en el zapato que busca incomodar, incrustándose como china puntiaguda entre la planta del pie y la suela que pisa el sendero de la vida.
Pensaba entonces (y hoy lo reafirmo) que tal molestia me afirmaba todavía más en la búsqueda del saber de la consciencia. Ella no tiene grandes amigos ni apoyos a la totalidad, sino que es perseguida en cada sueño por la que cruza. Algunos llegan a decir que el bosque del interior son quimeras o desesperados intentos de vivir lo imposible. No es así, sino todo lo contrario. De esta actitud monolítica anoté esta reflexión al finalizar los recorridos interiores:

“Obviamente, no entendieron la prodigiosa hazaña. En ningún caso dedujeron que buscar notas musicales, era la metáfora idílica de conocerse a uno mismo desde el simple sonido. Su olfato les falló y su oído no les permitió escuchar la entretenida rama de olivo del enigma interior. Perdieron su vuelo con acomodación VIP en el asiento subliminal”.

Mientras, un grupo de personas volamos sin más, descubriéndonos en cada viaje, en cada ruta entrañable que nos enseñó la trigonometría perfecta del triángulo: inteligencia, emoción y propulsión.

“Como peones de ajedrez nos movimos en el tablero buscando la posición adecuada para un asalto al jaque mate del interior. Construimos, con el verbo observar, epítetos que lo inmortalizaron para siempre, calificativos inventados que desplazaron a modo de catarsis el pensamiento corriente, las ideas de manual”.

“Hicimos magia con el asombro al descorrer la cortina invisible que nos separa del otro lado. Fuimos artistas del presente abriendo de par en par las ventanas del sosiego. Derribamos maleficios con el optimismo en cada paso que dimos y por eso llegamos a lo posible, nuestro atractivo más visible. La nueva actitud nos enseñó el encantamiento de hacernos con lo inalcanzable y, de ahí a enamorarnos de la felicidad, sólo estaba una nota: la de la Vía Láctea dibujada en el río del Universo”.

Cuento, sin más, sensaciones y acontecimientos sucedidos entre viajes  improvisados, trazados uno a uno en el mapa de la consciencia. Ella operó como un fuelle maximizado durante todo el tiempo que duraron las rutas del sonido y mostró el linaje que llevamos dentro. Todo sucedió en medio de susurros de musicalidad; los describo entre sus compases y con una suculenta merendola de palabras.

Estuve, lo confieso,
zarandeado por el encanto
y devorado por el tesón.
Los sonidos, finalmente,
me atraparon en la partitura
de la belleza interior.